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¿Estamos seguros de algo?

Es fácil confundir la Verdad con la creencia, de hecho las personas luchan y se matan en defensa de sus creencias porque las identifican con la Verdad. Pero ¿qué es la creencia? La creencia es un acercamiento a la Verdad desde un determinado punto de vista y desde un determinado lenguaje, porque la Verdad, así con mayúscula, tanto la absoluta como la de las cosas más simples, resulta inabarcable para el humano; en todo caso parece que alguna vez se intuye de una manera fugaz: se intuye, no se conoce.




La historia nos ofrece innumerables ejemplos en todos los terrenos, así nos encontramos a un Galileo retractándose, a duras penas para salvar la vida, de una verdad que estaba en abierta oposición con la “verdad” oficial, y aún encontramos un ejemplo mejor y más representativo en las llamadas “guerras santas” en las que dos colectividades se enfrentan para imponer un nombre y un concepto determinados del Absoluto (Abá, Yhavé, Dios), cuando los propios teólogos de las distintas religiones en litigio admiten que la divinidad es incognoscible.


La Verdad, como tantas otras cosas en el mundo de la Filosofía, de la Ciencia o de la Naturaleza misma, no sabemos lo que es, aunque sí conocemos algunos datos: el hombre ha buscado y buscará siempre la Verdad porque considera que es la explicación de su propia existencia, la esencia misma de su libertad ("la verdad os hará libres"), pero nadie busca algo en cuya existencia no cree, algo que en algún momento no haya poseído o vislumbrado (el argumento es de San Agustín y, si nos remontamos un poco, de Platón). Si el hombre sabe que existe la Verdad ¿cómo lo sabe?, ¿por fe? ¿por intuición?. Quizá, como decía antes, porque la ha rozado de una manera fugaz en un momento de éxtasis, de amor, de enajenación o en momentos solemnes de su vida.


El hombre lógico y racionalista nunca admitirá que su conocimiento de la Verdad parte de un hecho tan vago e inasible como es la intuición, por eso se lanzará por el camino de la razón a conocerla, a aprehenderla, a clasificarla, a aprisionarla y a ponerle un nombre, en suma, a enunciarla como una teoría y, en muchos casos, a darle el rango de creencia.


El resultado está a la visa y es lógico: la palabra no es la cosa, la palabra es un signo pero está cargada de simbolismo, de significados distintos para cada individuo que dependen de su propia experiencia. ¿Cuántas veces hemos visto rechazar una teoría porque estaba enunciada con un determinado lenguaje?, ¿cuántas admitir en unos lo que se censuraba en otros, simplemente por un problema de terminología?. Sin embargo, el lenguaje es el medio principal de comunicación, pero... según lo dicho ¿comunica o abre una brecha infranqueable? No existe un grado cero, aséptico, en la comunicación lingüística, quizá en las ciencias, pero solo quizá.


Si la Verdad es inabarcable, pero intuimos que existe y la buscamos porque en ella reside el secreto de nuestra libertad y, por tanto, de nuestra felicidad; si la creencia es un acercamiento a la Verdad enunciado por medio de un lenguaje que, paradójicamente, nos separa de ella en la misma medida que nos aproxima ¿qué hacer?


Veamos a vuelapluma alguna de las cosas que se han hecho. Unos han negado la existencia misma de la Verdad, es tan incognoscible para ellos que no es. ¡Zanjado el problema!. Quevedo, que fue un hombre de una inteligencia pareja a sus sentido del humor, redujo la teoría al absurdo y escribió: "Es cosa bien probada que no se sabe nada... y aún esto se ignora, supónese". Sobran los comentarios, pues, si no se sabe nada, ya se sabe algo: que no se sabe.


Dejemos los juegos de palabras y tratemos de un grupo muy especial de personas: los místicos. Toda religión tiene sus místicos y es importante constatar que allí donde los teólogos de las distintas religiones discuten y no se ponen de acuerdo llevados ¡cómo no! de disquisiciones lingüísticas, allí coinciden los místicos, se a cual sea su creencia o confesión. El místico alcanza el conocimiento de la Verdad por la iluminación, la unión, el éxtasis, el rapto de Amor; para ello se ha preparado por medio de una serie de ejercicios -ascesis- que le hacen olvidar su propia realidad material, que liberan su alma y le capacitan para vivir su realidad espiritual plenamente. Cuando el místico sale de su éxtasis en el que ha vivido una plenitud inimaginable para cualquier mortal ajeno a la experiencia, dice que no puede expresarlo con palabras, que su experiencia es inefable, incomunicable, que no hay lenguaje capa de reflejar lo que ha vivido. Cuando se lee a los místicos con una cierta disposición y sensibilidad se percibe la realidad, la honestidad de lo que dicen de una manera que nos resulta inexplicable.


Un tercer grupo, el de los materialistas, que no admite otra verdad que la de la realidad material que nos rodea, disecciona, analiza y estudia partiendo de ese a priori; no nos detendremos en su análisis, baste la cita de Pierre Emmanuel: "Es como pelar una cebolla para encontrarla". Por ese camino podríamos llenar páginas y páginas sobre los distintos enfoques, hacerlo de una forma erudita y obtendríamos una historia del pensamiento, pero no es ese nuestro objetivo, tan solo hemos hecho unas calas superficiales para llegar a una teoría que supuso una revolución en el pensamiento contemporáneo, la que expuso S. Freud en 1900 en su de Interpretación de los sueños. A través de esta obra el mundo civilizado descubre la existencia del inconsciente humano y la importancia de los símbolos, de las fantasías, de las imágenes que lo habitan.






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